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GENERAL DEHEZA PRÓXIMA A SU 129° ANIVERSARIO.



Allá lejos y hace tiempo esta tierra fue sólo naturaleza en estado de virginidad, obrando como desafío hacia el destino de lo desconocido; como una invitación a una aventura peligrosa pero a la vez maravillosa, un interrogante que develarlo exigía estoicismo, coraje y sobre todo espíritu visionario.

La región donde hoy se asienta nuestro pueblo se caracterizó por la casi orfandad de presencia aborigen. Por un lado, un pueblo nómada, con poco afecto a la agricultura. Cazadores y recolectores, los Pampas vivían en grupos no muy numerosos. Y por las Sierras Pampeanas se encontraba un pueblo sedentario con una economía mixta. Labradores que contaban con una agricultura bien desarrollada pero de escasa variedad de especies. Cazadores pedestres con boleadoras, arco y flecha. Criadores de rebaños de llamas y alpacas que les brindaban durante todo el año carne y leche. Veneradores del Sol y la Luna, los Comechingones.

Sin embargo, resultó inevitable el impacto de intereses sobre estas tierras que provenía de dos partes contrapuestas con predilecciones que chocarían en un campo de batalla donde las condiciones eran significativamente tan desiguales que el resultado final no tenía lugar a duda alguna. Por un lado, la necesidad indígena de conservar su espacio vital y por el otro lado la urgencia “civilizadora” del blanco de contar con las tierras del desierto.

Fue así como finalmente algunos conquistadores se propusieron sacar provecho de estas tierras y sus respectivas encomiendas. De esta manera surgieron las mercedes.

La vasta superficie que comprendía el sur de la provincia de Córdoba, el este de San Luis y parte sur de la provincia de Santa Fe perteneció a la Merced de don Jerónimo Luis de Cabrera, fundador de Córdoba.

El latifundio de los Cabrera fue diezmado  como consecuencia de las constantes divisiones entre sus numerosos herederos y sobre todo debido a una pésima administración. En 1.727 las tierras pasaron a ser propiedad del Monasterio de Santa Catalina de Siena de la ciudad de Córdoba.

Las religiosas, ante la inexistencia de escrituras formales, fueron arrendando porciones de tierras a numerosas familias.

En 1.751 comenzaron a materializarse las primeras ventas dando lugar al surgimiento de las chacras.

La ocupación de los jesuitas se mantuvo hasta el año 1.767 cuando fue nombrada una Junta de Temporalidades para administrar estas propiedades.

En 1.827 las estancias pasaron a ser propiedad de don José María Fragueiro, y pocos meses después fueron vendidas a Diego Hodson, Green y Cía. A partir de 1.875 pasaron a pertenecer a los hermanos Fielden, de nacionalidad inglesa. Un par de años más tarde, la firma Barclay, Cambell y Cía. pasaría a ser propietaria de estas tierras.

El 23 de febrero de 1.889 se realiza la transferencia de los dominios de la firma al Banco Agrícola del Río de la Plata. Así, en estas tierras ostentarían los nombres de Villa La Agrícola y General Cabrera.

El 30 de junio de 1.893, el gobernador de Córdoba, doctor Dídimo Pizarro, aprueba dichos planos y al día siguiente la Oficina de Estadísticas inscribe a ambas colonas en el Registro de la Provincia.

Años más tarde, surgió la necesidad de contar con una estación de ferrocarril que facilitara el futuro acceso de pasajeros y traslado de las producciones hacia centros de comercialización. Además la vía ferroviaria constituyó entonces, por falta de caminos, el único medio de vincularse con otras regiones.

Luego de que el entonces presidente de la Nación José Uriburu aprobara la obra por parte del Estado, la materialización de la misma comenzó en el año 1.906. Por determinación de la Dirección Nacional de Ferrocarriles esta estación recibió la nominación de General Deheza. De esta manera, en el indefinido límite noreste de lo que siglos antes pertenecientes a la Merced de los Cabrera, nacía un pueblo que, al comienzo, se llamaría Villa La Agrícola con su estación ferroviaria General Deheza, cuyo nombre terminó por identificar a nuestra localidad.